10 de diciembre de 1929 a bordo del “Lutétia”, mar adentro de Bahía.
PROLOGO AMERICANO
La Compañía Sud-Atlántica ha puesto amablemente a mi disposición un apartamento de lujo y de este modo puedo, lejos de los bríos de las máquinas y en el lugar más tranquilo del buque, comenzar la redacción de estas diez conferencias de Buenos Aires, que fueron improvisadas, habladas y dibujadas; los dibujos están ahí y los expondré seguidamente; son ellos los que reconstituirán el sentido y el orden de mis conferencias. […]
[…] ¿El cielo argentino? Sí, el único gran consuelo. Pues yo lo he visto ese cielo, sobre la planicie ilimitada de herbajes, raramente salpicada por algunos sauces llorones; es ilimitado, brillante, tanto de día como de noche, con una luz azul transparente, o lleno de estrellas centellantes; está en los cuatro horizontes; en realidad, todo este paisaje es una misma y única línea recta: el horizonte. […]
[…] El curso de estos ríos, en estas tierras que no tienen límites y son completamente llanas, desarrolla apaciblemente la implacable consecuencia de la física; es la ley de la línea de mayor pendiente y después, si todo se hace llano, es el teorema conmovedor del meandro. Y digo teorema por cuanto el meandro que resulta de la erosión, es un fenómeno de desarrollo cíclico, totalmente semejante al del pensamiento creador, de la invención humana. Dibujando desde lo alto de los aires los alineamientos del meandro, me he explicado las dificultades que encuentran las cosas humanas, los atolladeros con los cuales se encuentran y las soluciones de apariencia milagrosa que solucionan de repente las situaciones más embrolladas. Para mi uso, he bautizado este fenómeno “la ley del meandro” y en el transcurso de mis conferencias, en Sao Paulo y en Río, he aprovechado este prodigioso símbolo, para introducir mis proposiciones de reformas urbanas o arquitectónicas, para tomar soporte en la naturaleza, en una coyuntura en la cual yo presentía un público capaz de acusarme de charlatanería.[…]
[…] A 500 o a 1000 metros de altura, y a 180 ó 200 kilómetros por hora, la visión desde el avión es más tranquila, la más regular, la más precisa que pueda desearse: puede apreciarse el pelaje salpicado de marrón o negro de una vaca. Todo toma la precisión de un plano; el espectáculo no es presuroso, sino lento, muy lento, sin ruptura; con el avión no es sino el barco en el mar y el pie del caminante en el camino, que permiten lo que podríamos llamar unas visiones humanas: se ve y el ojo transmite sosegadamente. En tanto que yo las llamo inhumanas e infernales e infernales las visiones ofrecidas por un tren o por un coche, incluso por una bicicleta. Yo no existo en la vida sino a condición de ver. […]
[…] La alegría reina en toda la ciudad, gracias a los italianos, que, por una tradición implantada por los jesuitas, siluetan a cada paso los balaustres de Palladio sobre el cielo.
¡OH, balaustres sudamericanos! ¡Macarrones italianos! ¡Qué profusión! ¡Cuánta exageración! La trágica Buenos Aires intenta reír con sus balaustres italianos; pero no logra sino fuera del centro comercial. Hay, evidentemente, exageración. ¡Me he sentido tentado de anatematizar el balaustre! Pero por ahí se afirma la latinidad que gusta de la sonrisa, y los balaustres aportan una riqueza de cartón y una sonrisa latina. Sin embargo, los USA. ejercen una formidable presión con sus navíos, con sus capitales y con sus capitales y con sus ingenieros. Y en los suburbios de Buenos Aires, llenos de casas hechas de plancha ondulada, sin corazón y sin alma, y que, a pesar de todo, tienen uno y otra; pero otros, nuevos, desconocidos. Y he visto una vivienda obrera de plancha ondulada (completamente), pero muy bien puesta, en el cual un rosal adornaba la puerta. Era todo un poema de los tiempos modernos. […]
[…] Si yo pienso en arquitectura ¨ casa de hombres ¨, me convierto en Rousseauniano: ¨ El hombre es bueno ¨. Y si pienso en arquitectura "casa de arquitectos", me vuelvo escéptico, pesimista Voltairiano y digo. "Todo va de mal en peor, en el más detestable de los mundos. (Candide).- He aquí donde lleva la exégesis arquitectural, ya que la arquitectura es el resultado del ánimo de una época. […]
[…] Arquitectura y música son unas hermanas muy íntimas: materia y espiritualidad, la arquitectura está en la música y la música en la arquitectura. Y en ambas, un corazón que tiende a enaltecerse.
Sublimizarse es un acto profundamente individual. No se sublimiza con exclaustrados – hábitos de general de la “Grande Armée” – sino con eso que no es nada y lo es todo: con la proporción. La proporción es una serie de relaciones conjugadas. No tiene necesidad ni de mármoles, ni de oro, ni de Stradivarius, ni ser, tampoco, un Caruso.[…]
[…] Y he aquí lo que yo pensaba de la selva virgen de San Martino, a doce horas de expreso hacia el centro de Brasil: “Hay que saber estar siempre en estado de juzgar”. Te encuentras en los trópicos de Brasil, en la Pampa argentina, en Asunción de los indios, etc. Saber vencer la fatiga ambiental y juzgar sobre patrón, en sí, una cosa que está armonizada en todos sus contactos ambientales y que, por consiguiente, no choca. Excepto la tierra muy roja y las palmeras, estamos en el eterno paisaje de siempre: estepa o pampa, no es más que extensión; selva virgen o bosque espeso francés, no son más que ramificaciones. ¡Interpretar! ¡Ver los negros, los mulatos, los indios en la muchedumbre de Sao Paulo! ¡Medir el estilo de Buenos Aires! […]
[…] ¿Arquitectura? Pero si es en todo esto que se ve y se siente, ahí reside toda la moral de la arquitectura: real, puro, ordenado, órganos… y aventura.
He intentado la conquista de América por una razón implacable y por una gran ternura que he sentido por las cosas y por las gentes; he comprendido en la tierra de éstos hermanos separados de nosotros por el silencio de un océano, los escrúpulos, las dudas, las vacilaciones y las razones que motivan el estado actual de sus manifestaciones y tengo confianza en el futuro. Bajo semejante luz, la arquitectura nacerá. […]
[…] Preparé, pues, mi caballete: un bloc de una decena de grandes hojas de papel, en las cuales dibuje en negro y en colores; un cordel tendido de un extremos a otro des escenario, detrás de mí, del cual hice colgar las hojas, una después de otra, así que ya están cubiertas con los dibujos. De esta forma, el auditorio tiene bajo la vista el desarrollo completo de la idea. Finalmente, una pantalla para el centenar de proyecciones que materializan los razonamientos precedentes. Cada ciudad que visito me aparece bajo distinto aspecto. Presiento ciertas necesidades. Me establezco una cierta línea de conducta apropiada a mi público; por otra parte, muchas veces, en el curso de la conferencia, esta línea puede modificarse. Entonces, improviso, ya que al público le gusta sentir que se está creando para él. De esta manera no se duerme. […]
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